Madrid, 19 de enero
de 2013. Jaime, un joven de unos 22 años, ha quedado con sus amigos de la
facultad de Derecho para pasar una noche legendaria. Lo único malo es que para conseguirlo,
necesita drogarse.
Cuando llega al local, a eso de las 10, ve
que la cosa pinta bien: ya están allí todos los invitados a la fiesta de su
cumpleaños. Nada más entrar, sus mejores amigos Jorge y Alberto salen a
recibirle. Entre toda la gente, consigue vislumbrar a Lucía, su amor secreto.
Jaime empieza con
tranquilidad, tan solo unos chupitos de tequila. Sin embargo, comete un error:
está un poco deprimido, y para animarse, decide tomar unas cuantas pastillas de
éxtasis. Los efectos le parecen inmediatos: un torrente de energía comienza a
recorrer sus venas. Se siente realmente eufórico.
Justo en ese
momento, Jaime se acuerda de que se había olvidado en casa algo muy especial
que tenía preparado para todos sus amigos. Se dirige a Jorge y Alberto y les
dice: “¡Whuuuuu! Esta fiesta va a ser alucinante. Voy a mi casa a buscar la
mágica sorpresa que os prometí” Sus mejores amigos, a pesar de saber que Jaime
ya no es del todo consciente de sí mismo, no se lo impiden.
Así, Jaime vuelve
hasta su coche, el Mercedes que había alquilado para ir a la fiesta. Es
entonces piensa para sí: “Vamos a probar este cacharro”. Arranca, y comienza a
acelerar. 100 km/h. Y a acelerar. 150 km. Y a acelerar hasta que.... ¡Bum! No
le da tiempo a frenar, se sale de la curva y, desgraciadamente, tiene un
accidente mortal.
Ahora es cuando
viene la pregunta: ¿estaba Jaime
destinado a morir hoy, día 19? Si tu respuesta es sí, piensa qué habría
pasado si él hubiera decidido no ir a esa fiesta, no consumir drogas, o incluso
si sus amigos le hubieran impedido salir de aquel local. ¿Estás seguro de que
también habría muerto ese día?
Lo único que
pretendo con esta reflexión es que todo aquel que lea este artículo se plantee
por qué piensa del modo en que lo hace. Si no tienes respuesta a esta pregunta,
es que no estás yendo por el buen camino.
“Dueños de sus
destinos son los hombres. La culpa, querido Bruto, no está en las estrellas,
sino en nuestros vicios”
William Shakespeare
Jorge G.
William Shakespeare
Jorge G.
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